Carta al maestro Velázquez (2)
Mi querido maestro,
Deberás disculparme por el tiempo que he tardado en volver a
escribirte de nuevo.
Me gustaría decir, que he estado ocupado con temas de la galería, pero, en el fondo
no es por eso. Hoy el mundo del arte está muy revolucionado por unas “nuevas
tendencias” que incluso a mi me cuesta entender y a consecuencia de ello, a los que amamos y exponemos pintura en
nuestras salas, estamos condenados al olvido. Creo que te harías cruces si
aparecieras en nuestros tiempos.
En mi última misiva te comentaba que me gustaría recordar
tus viajes a Italia. Tuviste la suerte de conocer al maestro Rubens en su
estancia en España en 1628 que venía a hacer unas gestiones diplomáticas y
estuvo pintando también al rey Felipe IV. A mi, particularmente me gustan más
los tuyos. Él pintaba al rey de modo alegórico y tú representabas al rey con la
esencia del poder. Me imagino las discusiones que tendrías entre ambos durante
ese año que Rubens se quedó en España. Y te quedaría el gusanillo de seguir
conversando con él y otros pintores de la época y le solicitaste al rey que te
enviara a Italia y completar tus estudios.
Felipe IV Rubens
Este viaje a Italia representó un cambio
decisivo en tu pintura. Desde el siglo anterior muchos artistas de toda Europa
viajaban a Italia para conocer el centro de la pintura europea admirado por
todos, un anhelo compartido por ti también. Además, tú eras el pintor del rey de España, y por ello se te
abrieron todas las puertas, pudiendo contemplar obras que sólo estaban al
alcance de los más privilegiados.
Fue, en aquel verano de 1629 cuando te embarcaste para
Italia desde Barcelona y en agosto llegaste a Génova. Eso si, viajaste como un
marqués. Con tu criado y con más de 400 ducados y el sueldo de dos años en el
bolsillo. De allí te fuiste a Venecia a conocer la obra deTintoretto, pero como
por allí estaba todo muy revuelto te fuiste a Ferrara a conocer la obra de
Giorgione, que no creo que te influyera demasiado, según mi modesta opinión.
Y finalmente llegaste a Roma. El cardenal
Francesco Barberini, a quien habías tenido ocasión de retratar en Madrid, te
facilitó la entrada a las estancias vaticanas, en las que dedicaste muchos días a la copia de los frescos de Miguel
Ángel y Rafael. Después te trasladaste a Villa Médici en las afueras de
Roma, donde copiaste su colección de escultura clásica. No
sólo estudiaste a los maestros antiguos; en aquel momento se encontraban
activos en Roma los grandes pintores del barroco. Vaya, una gozada !
Fue en la Villa Medici, donde pintaste dos
pequeños cuadros de lo más exquisito que no paro de admirarlos cuando voy al
museo del Prado. La novedad de
estos paisajes radica no tanto en sus asuntos como en su ejecución. Los
estudios de paisajes tomados del natural eran una práctica poco frecuente,
utilizada sólo por algunos artistas holandeses establecidos en Roma.
Vista del jardín de Villa Medici, 1630
Un añito te
quedaste en Roma y regresaste a Madrid pasando por Nápoles para pintar a la
Reina de Hungría y de paso conociste a José de Ribera que estaba en aquel
momento en plena plenitud pictórica.
Reina de Hungría
De tu viaje a
Italia, llegaste cual corcel que nadie te paraba los pies. Un cambio en tu
manera de pintar que sorprendió a todos quienes te conocían. De hecho, ya te
esperaban en la corte para que pintaras al Príncipe Baltasar Carlos que había
nacido durante tu estancia en Italia. Creo recordar, que fueron seis veces que
le pintaste !
Príncipe Baltasar Carlos con un enano
En 1631 entró
en tu taller Juan Bautista del Mazo un apuesto mozo de 20 años que dos años más
tarde se casaría con tu hija Francisca, y que tu, listo como eres, enseguida le
proporcionaste el cargo de ujier de cámara para asegurar el futuro económico de
tu hija.
Participaste en los dos grandes proyectos decorativos del
periodo: el nuevo Palacio del
Buen Retiro, impulsado por Olivares, y la Torre
de la Parada, un pabellón de caza del rey en las proximidades de Madrid.
Para el Palacio del Buen Retiro, hiciste entre 1634 y 1635 una
serie de cinco retratos ecuestres de Felipe
III y de Felipe IV, las esposas de ambos y el príncipe heredero. Estos decoraban
los extremos del gran Salón de
Reinos concebido con la finalidad de exaltar a la monarquía española y a su
soberano. Para sus muros laterales se encargó también una amplia serie de
lienzos con batallas mostrando las victorias recientes de las tropas españolas.
Y allí te marcaste , La rendición de Breda, el llamado
también cuadro de Las Lanzas.
La rendición de Breda
Me imagino que cuando mejor te
lo pasarías pintando sería cuando hiciste también para el Palacio del Buen
Retiro la serie de los enanos y de los bufones. Siempre he dicho que pintaste
con igual dignidad a los enanos que a los reyes. Mucho se ha
escrito sobre estas series de bufones en las que retrataste compasivamente sus
carencias físicas y psíquicas. Resueltos en unos espacios inverosímiles,
pudiste en ellos realizar experimentos estilísticos con absoluta libertad.
Bueno, mi querido maestro y amigo. Se han
quedado todavía muchas cosas en el tintero y pronto me dirigiré de nuevo a ti
para comentar otros episodios de tu vida. Como el retrato del Papa Inocencio, y
de tu cuadro de las Meninas que en ese hay mucho que contar y quizá se merezca
una carta especial.
Salúdame como de costumbre a tu
encantadora esposa Juana y ya sabes, siempre tuyo y ferviente admirador.
Alejandro