Cuando en la carta de un
restaurante te ofrecen un Chateaubriand, por lo general, te servirán un
espléndido solomillo a la parrilla. Si el restaurante tiene nivel, te ofrecerán
una salsa Bearnesa y unas patatas soufflé o Pont Neuf. Sino, y lo más habitual,
será un filete de solomillo con patatas fritas y mostaza.
Sin embargo, nada tiene que
ver con la original receta que ofreció el cocinero Montmirail al gastrónomo y
poeta Conde de Chateaubriand.
Montmirail, que había sido
cocinero con Napoleón, fue reclutado por el Conde cuando éste fue destinado
como embajador a Londres.
François-René de
Chateaubriand
Nació en Saint-Malo,
Francia, el 4 de Septiembre 1768. Además
de conocido gastrónomo fue un escritor y político francés. Nacido en una rancia
familia aristocrática venida a menos, fue educado junto con sus cinco hermanos
varones en el castillo de Combourg, cerca de Saint-Malo, y estudió en los
colegios de Dol y Rennes, antes de superar la prueba de admisión a
guardiamarina en Brest, en 1782.
Fue el décimo y último hijo
de una muy noble familia Bretona que había caído en desgracia. Su padre fue a
América en busca de fortuna y pudo, a su regreso en 1792, establecerse como
constructor de barcos en St. Malo. El futuro poeta pasó sus primeros años vagando
por el puerto.
A su regreso a Francia, luchó con la Armée des émigrés.
Meses después, herido y enfermo, escapa a Inglaterra. Al volver a Francia en
1800 bajo un nombre falso, Napoleón le otorgó un cargo diplomático. Dimitió y
se rebeló contra el emperador en 1804
a causa de la ejecución del duque de Enghien.
Tras la restauración de los
Borbones fue nombrado par de Francia en 1815, embajador en Gran Bretaña en
1822, y ministro de Asuntos Exteriores en 1823-1824.
Fue uno de los precursores
del romanticismo. En 1802 publicó "El Genio de La Cristiandad". Otras
obras hacen referencia a sus viajes por América y, sobre todo, destaca su
autobiografía, Memorias de ultratumba (1848-1850) publicada póstumamente.
Al Conde de Chateaubriand
que tanto le gustaba el solomillo, cortado en medallones, no le gustaban las
partes exteriores, que en contacto con el fuego quedaban quemadas.
Su cocinero Montmirail tuvo
la feliz idea, de cocinar el solomillo,
al que denominó Chateaubriand de la siguiente manera: cortó un generoso trozo
de la parte
ancha de un soberbio solomillo y dos trozos delgados, el grueso lo puso, una
vez aderezado, entre los dos delgados, sujetó el conjunto con una cuerda fina,
lo puso sobre la parrilla, debajo de la cual crepitaban unas buenas brasas de
madera de encina. Cuando las tapas estuvieron bien chamuscadas, las retiró del
fuego, quito las tapas y se encontró con un soberbio trozo de carne rosada,
uniformemente cocida. Lo sirvió con una reducción de chalotes y vino blanco
alargada con media-glasa y adicionada con mantequilla, zumo de limón y
estragón.
El Chateaubriand
Pediremos a nuestro
carnicero que nos corte un trozo del centro de solomillo de vacuno mayor ( que
sea de buey, es casi un milagro ) y unas finas lonchas de tocino ibérico.
Aderezaremos el solomillo,
bien pulido, con sal, pimienta y hierbas
aromáticas, lo envolveremos con las lonchas de tocino y lo ataremos bien.
A continuación lo marcaremos
bien a la parrilla y lo retiraremos para acabarlo finalmente al horno. Aquí, el
tiempo dependerá del tamaño del corte. Para mí, lo ideal es hacerse con un
trozo de 800 gr. que servirá para servir cuatro buenas raciones.
Una vez retirado del horno,
lo desataremos y retiraremos el tocino que lo envolvía. Lo presentaremos entero
en una bandeja. Ya en la mesa lo cortaremos
desestimando la primera capa que ha quedado más asada y luego ya iremos
haciendo filetes de unos 2 cm .
de grosor.
Se puede servir con cualquier salsa, pero a mí entender, la
salsa bearnesa es la más apropiada.
Y su acompañamiento, o bien
con patatas Pont Neuf como hoy, sino también con unas crujientes patatas
soufflé.
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